martes, 15 de diciembre de 2009

ENSAYO




LA OTRA HISTORIA EN “EL SUR” DE JORGE LUIS BORGES FRENTE AL RELATO“LA CORTA Y FELIZ VIDA DE FRANCIS MACOMBER” DE ERNEST HEMINGWAY


La narrativa de Jorge Luís Borges ha servido para realizar numerosos estudios literarios sobre su contenido y el trasfondo que frecuenta la mayoría, o tal vez, la totalidad sus obras. Uno de esos estudios es el de escudriñar cuál sería la segunda y hasta la tercera historia en muchos de sus cuentos. Tal es la propuesta que formula Ricardo Piglia, quien nos dice que todo cuento tiene dos historias, que un buen cuento debe estar compuesto siempre por dos historias de las cuales una es la principal o evidente y la otra está escondida sin embargo, subordinada a la principal (en la mayoría de los casos), éstas se pueden ir desarrollando entretejidas la una de la otra formando lo que sería el cuento en su unidad esencial, ya sería tarea del lector o del crítico leer con detenimiento qué tipo de historias se entrelazan en los relatos que se mimetizan en medio de un hilo conductor que muestra al cuento como una sola unidad compacta. En “El sur” encontramos un cuento del cual se puede extraer o estudiar cada una de esas tres historias posibles, basados en la teoría de Piglia, quien con exactitud nos dice: “Cada una de las dos historias se cuenta de un modo distinto. Trabajar con dos historias quiere decir trabajar con dos sistemas diferentes de causalidad. Los mismos acontecimientos entran simultáneamente en dos lógicas narrativas antagónicas. Los elementos esenciales del cuento tienen doble función y son usados de manera distinta en cada una de las dos historias. Los puntos de cruce son el fundamento de la construcción. (…) “Lo que es superfluo en una historia, es básico en la otra. El libro del tendero es un ejemplo (como el volumen de Las mil y una noches en "El Sur", como la cicatriz en "La forma de la espada") de la materia ambigua que hace funcionar la microscópica máquina narrativa de un cuento”.[1]
Entre más sea evidente la existencia de más de una historia dentro de un solo cuento más relevante se vuelve el comprender su sentido, su trasfondo, y por ende, la obra cobra más valor literario porque hace que el lector se interese tanto en el trabajo de escudriñar el texto que termina asombrado de comprobar la capacidad narrativa del escritor y la majestuosidad de la trama que si está dada en dos o tres pequeñas historias es porque está escondida una realidad que no debe ser contada así de manera explícita, evidente, sino que necesita ser tratada con ese arte que posee la literatura, arte que de por sí, hace que la realidad se vuelva menos tediosa y fría.
Causalidades del absurdo, así podrían denominarse (aunque el mismo Borges fastidiara un poco respecto a la idea de la clasificación de las cosas) a la temática de los relatos del escritor argentino. Cuentos como “El evangelio según Marcos”, “El Sur”, “La biblioteca de babel” y otros más, son un conjunto de historias que al cumplir en parte con la teoría del iceberg, llevada a plenitud en mi opinión por Hemingway, nos dicen que la vida está llena de causalidades y entre más absurdas que estas parezcan, más populares, verosímiles y tangibles se vuelven en nuestro vivir. Y estas causalidades tan llenas de contradicciones o de gigantes oxímorones (figura retórica a la que Borges le rinde culto en muchos de sus relatos), parecen producto de lo que era su microcósmica manera de pensar. En sus entrevistas dadas a acuciosos periodistas dejó ver varias de ellas: Mi mejor cuento definitivamente ha sido la intrusa, diríale a algún comunicador social en alguna oportunidad. ...No, mi mejor cuento es “El Sur”, respondería ante la misma pregunta a cualquier otro periodista cuando ya contaba ochenta y algo de años.
En el prólogo de su libro “Artificios” nos dice que el cuento “El sur” fue escrito para ser leído desde dos perspectivas nada más: 1. Hacer una lectura cronológica normal, con su inicio, nudo y desenlace corrientes. 2. El protagonista, que llega a internarse en el hospital por X motivo, se imagina todo este rollo de una muerte seudo divinizada y heroica. Pero años más tarde, cuando Borges contaba más de ochenta de existencia, nos dice que hay una tercera posibilidad de lectura del cuento, ¿por qué nadie se había dado cuenta de eso?, diría Borges al percatarse de que nadie había entendido que lo que él quería era no ser clasificado en ninguna catalogación y por ende ninguna de sus creaciones. Él no quería ser pretendido como un genio....esa genialidad que siempre demostró, era tal vez la mejor manera de decirnos cuán ingenuo era, cuán ignorante es el ser humano frente a su propio universo que ni siquiera había sido capaz de descifrar su propio plan de vida, de entender el mundo en que vive y que se asombraba de ver a un escritor latinoamericano con influencias europeas armar su propia galaxia, su propio artificio, su propia y única ficción por medio de las letras.
Tal vez, al percatarse de la complejidad de este asunto, otro monstruo de las letras sudamericanas, Carlos Fuentes, se vio obligado a hacerle una puerta de entendimiento a Latinoamérica respecto a las obras de Borges. Pues era una iniquidad que tanto en su propio país como en el resto del continente, tildaran a Borges de Anti – Suramericano, de ir en contra de la tierra que lo vio nacer. Que porque escribía diferente a un Juan Rulfo, a un García Márquez a un Vargas Llosa, no quería decir que su obra tuviera que ser cuestionada. Lo que Borges nos plantea es que sus cuentos, o el cuento en general no es más que un juego, donde se es totalmente libre de decir las cosas, donde la inaprensibilidad de la historia, la metamorfosis del relato es lo que prima y debe primar siempre.[2]
De ahí que escribiera relatos como “La muerte y la brújula”. Aquí juega a demostrarnos que al igual que Poe, él también podía dar ejemplo de hacer un cuento con dos historias, teniendo en cuenta las pautas dadas por su antecesor Estadounidense. La diferencia es que en “La muerte y la brújula” nos muestra a un policía más guiado por su intelectualidad que a un Dupin orientado por sus aires un tanto poéticos. En el relato, se nos describe a un Lonrot puramente intelectual al que se le escapa la realidad misma, carece de sentido común y por eso nunca se da cuenta que él mismo va a ser la próxima víctima.
Pero, ¿Dónde dejamos pues la tercera, interpretación que se le puede dar al cuento “El Sur”, dónde queda la otra historia? Y tal como la incógnita es casi inextricable, su respuesta además de eso es más poética aun. La tercera lectura posible a este relato tiene que ver con la historia de las mil y una noches. Mientras que Scheresada le inventa una historia de mil y una noches a su “verdugo” para evitar su muerte y quien sabe cuántas más, Borges, acude a esta estrategia en su cuento para dar a entender que si hubiera seguido leyendo su libro, hubiera postergado más su propia muerte, la cual era ineludible en el momento en que estaba preparada. Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida[3]. Tal vez por eso y quién sabe por qué más, Borges nos decía que no buscaba causar sorpresa sino asombro. Entendiéndose la palabra asombro desde el inglés amazement y delimitando aun más dicho vocablo a maze (laberinto), ese laberinto por el que Borges nos mete en prácticamente todas sus obras, y cuyo final, si logramos descifrarlo, para unos no es más que algo de entretenimiento con palabras e historias enredadas y para otros tal vez, puro conocimiento. Sólo recordemos que ni a Borges ni a su obra hay que encasillarla dentro de alguna estipulación.
Tomando en cuenta lo anterior, es conveniente pasar a estudiar lo que sería la obra de Ernest Hemingway, más estrictamente con su relato La corta y feliz vida de Francis Macomber. En mi concepto este es el cuento que más lleva a cabo la teoría del iceberg desarrollada por el mismo autor norteamericano más no inventado por él, tal como nos lo explica Mario Vargas Llosa: En alguna parte, Ernest Hemingway cuenta que, en sus comienzos literarios, se le ocurrió de pronto, en una historia que estaba escribiendo, suprimir el hecho principal: que su protagonista se ahorcaba. Y dice que, de este modo, descubrió un recurso narrativo que utilizaría con frecuencia en sus futuros cuentos y novelas. En efecto, no sería exagerado decir que las mejores historias de Hemingway están llenas de silencios significativos, datos escamoteados por un astuto narrador que se las arregla para que las informaciones que calla sean sin embargo locuaces y azucen la imaginación del lector, de modo que éste tenga que llenar aquellos blancos de la historia con hipótesis y conjeturas de su propia cosecha. Llamemos a este procedimiento ‘el dato escondido’ y digamos rápidamente que, aunque Hemingway le dio un uso personal y múltiple (algunas veces, magistral), estuvo lejos de inventarlo, pues es una técnica vieja como la novela y que aparece en todas las historias clásicas.[4] Esa historia escondida se puede apreciar de manera muy especial en relatos como Los asesinos, Che, ti dice la patria!, Mientras los demás duermen, Una comida en Spezia, pero sobre todo en el relato con el cual quiero contrastar el de Borges: La corta y feliz vida de Francis Macomber.
La narrativa de Hemingway fue influenciada por la realidad socio – política que vivió el escritor y sus obras no soslayaron ese carácter. Escritos como Adiós a las armas, Por quien doblan las campanas y tal vez el clásico El viejo y el mar retratan los episodios de guerra que vivió el mundo y de los que el mismo Hemingway fue partícipe desempeñando su faceta de periodista. A Hemingway le interesaba mostrar una realidad específica y que siempre lo acompañó a lo largo de su vida; a Borges, en cambio, le interesó escudriñar otros niveles de la realidad, trasegar por la metafísica, por la hiper-realidad del ser, por los conflictos ultra sensoriales del individuo; su prosa no pretendía retratar la realidad que se ve en los periódicos, que vive la gente las 24 horas de manera empírica, Borges le da espacio a otros planos existenciales evocando a la filosofía occidental; a Hemingway lo afectaban conflictos como el suicidio (perpetuado también por su padre), el alcohol, la guerra, los toros, etc., es decir, temas que vive el hombre en un plan más específico, más tangible, planos que son aprehensibles por el hombre en su diario vivir.
La corta y feliz vida de Francis Macomber es un relato en el que confluyen otro tipo de realidades: la de la infidelidad en la mujer y el fracaso del hombre a nivel sentimental frente a otro hombre nacido con el don de conseguir lo que quiere de manera unánime. Esa sería en su medida la segunda historia, la historia principal es sin duda, la de una pareja que se va de safari por el África con el ánimo de resarcir ciertos problemas conyugales en los que el hombre se ha dejado ver como alguien a quien siempre le ha faltado virilidad y esta vez va a demostrarle a su esposa cuan valiente es por medio de la cacería de leones.
Veamos entonces, cómo se mimetizan las dos historias en La corta y feliz vida de Francis Macomber y las tres en El Sur.
En el sur se da inicio al relato de la siguiente manera: El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció. Aquí podemos apreciar ya que el cuento va a tratar sobre la vida o parte de la vida del señor Dahlmann y que algo le aconteció, ese algo nos indica d que tiene que ver directamente con su muerte.
Por su parte La corta y feliz vida de Francis Macomber da inicio de la siguiente manera: Era la hora del almuerzo y todos estaban sentados bajo el toldo verde a la entrada de la tienda que usaban como comedor, intentando aparentar que nada había ocurrido (…) El sirviente había empezado ya a preparar las bebidas y sacaba las botellas de unas frescas bolsas de lona, que rezumaban de humedad, expuestas al viento que soplaba a través de los árboles que daban sombra a las tiendas.[5] Vemos aquí la enunciación del problema, los personajes en cuestión, la pareja estaba aparentando que nada había ocurrido, ahí se empieza a mostrar la construcción de la segunda historia que nunca se dice manera explícita y así se va entretejiendo con la historia “principal” que refiere a la de una pareja en safari por el continente africano.
Retornando a El Sur, veamos cómo se desarrolla la segunda historia (la primera como se sabe refiere a hacer una lectura cronológica al cuento asumiendo que los acontecimientos pasan de una manera lineal). La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pasadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días pasaron, como ocho siglos. Aquí se aprecia el motivo por el cual el protagonista es internado en el hospital y ser tratado con urgencia, es allí, en el hospital, donde empiezan los sueños de Dahlmann, lo que sería la interpretación de la segunda historia: el protagonista, que llega a internarse en el hospital por X motivo, se imagina todo este rollo de una muerte seudo divinizada y heroica. Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran (…) Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado. Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura. Así termina el relato y se podría interpretar que Dahlmann quiere soñar una muerte en donde él es el héroe y el personaje principal de esa fábula en la que se ha metido. No sabe manejar el cuchillo pero da la batalla y se enfrenta a su oponente con estoicismo y gallardía casi atrevida, al final muere como los verdaderos hombres que no le huyen a su destino, que no le huyen a la muerte, por el contrario la buscan y la provocan cada que se les antoje.
En La corta y feliz vida de Francis Macomber la construcción de la segunda historia se va dando con la descripción física de Wilson, el contrincante no declarado de Francis, se da a entender que éste es un hombre con las cualidades necesarias para que Margaret (la esposa de Francis) se vea bastante interesada en él. Esto aparece en la obra como algo irrelevante desde luego, porque se le da prioridad es a las peripecias de la cacería. (…) Sabía que a uno de ellos, a Wilson, el cazador blanco, realmente no lo había visto nunca. Era un hombre de estatura mediana, cabellos rubios, bigote corto y rostro colorado. Alrededor de sus fríos ojos azules, unas finas arrugas blancas se acanalaban graciosamente cuando sonreía, cosa que hacía en ese instante. Ella, deslizó la mirada y empezó a observar cómo caían sus hombros bajo la ancha camisa, con cuatro grandes cartuchos sostenidos por una presilla en el lugar donde debería estar el bolsillo izquierdo. Luego bajó la vista hasta las grandes manos morenas, los raídos pantalones y las botas muy sucias y, de allí, la volvió nuevamente al rostro. Observó que el tono rojizo de su cara acababa en una línea marcada por el círculo dejado por el sombrero Stetson, que en aquel momento estaba colgado de una de las perchas de la tienda. Se aprecia aquí algunos visos de interés por parte de Margarita hacia el cazador profesional Wilson, la trama se sigue desarrollando de esa manera y Francis no se da por enterado sino hasta el final cuando estalla la crisis entre la pareja desencadenada por el deseo impetuoso de Margaret por dejar a Francis e irse con Wilson, su héroe.
En El Sur de Borges, la tercera historia podría ser interpretada cuando se narra el episodio de la lectura de Las mil y una noches, indicando que la muerte no puede ser aplazada La tercera lectura posible a este relato tiene que ver con la historia de las mil y una noches. Mientras que Scheresada le inventa una historia de mil y una noches a su “verdugo” para evitar su muerte y quien sabe cuántas más, Borges, acude a esta estrategia en su cuento para dar a entender que si hubiera seguido leyendo su libro, hubiera postergado más su propia muerte, la cual era ineludible en el momento en que estaba preparada. A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija; cuando los coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de Las Mil y Una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.
En La corta y feliz vida de Francis Macomber las tensiones aumentan cuando el cazador demuestra para sí su gusto por Margaret: Bien entrada la tarde, Wilson y Macomber se fueron en el coche con el conductor nativo y dos portadores de fusiles. La señora Macomber se quedó en el campamento. Hacía demasiado calor para salir, había dicho, pero pensaba ir con ellos en la mañana siguiente.
Mientras se alejaban, Wilson la vio bajo un árbol enorme, atractiva, más que guapa, con su vestido caqui y sus oscuros cabellos echados hacia atrás y recogidos en un moño bajo. “Tiene la cara tan fresca como si estuviera en Inglaterra”, pensó. La joven se despedía agitando la mano mientras el coche se alejaba por el terreno pantanoso cubierto de altos pastos, zigzagueando por entre los árboles en dirección a las pequeñas colinas pobladas de arbustos…Tanto la voz del narrador como la del propio Wilson manifiestan el gusto que el segundo empezaba a sentir por Margaret.
Y así se va desarrollando la trama bifurcada en esas dos historias en cuyo final se muestra la muerte de Francis y el narrador deja ver por qué el cuento se llamaba así, y por qué Macomber a sabiendas de que su mujer no lo quería ya y ahora estaba prendada de Robert Wilson no muere infeliz como se insinúa durante el relato, por el contrario muere feliz porque al fin pudo asestarle un par de disparos a un león sin temerle, se enfrentó a la bestia después de vencer sus temores internos y esto lo consigue irónicamente con la ayuda de su rival Wilson quien hacia el final empieza a tomarle cierto aprecio. Entonces se descubre que Macomber (quien en todo el relato ha sido dibujado como un cornudo cobarde) siempre ha sido consiente de su problema con su mujer, trató de solucionarlo con ese viaje pero al ver que era inútil lograr que Margaret lo quisiera de verdad, hace caso omiso de esa situación y se entrega a lo que verdaderamente quería: ir de cacería y enfrentar al rey de la selva sin ningún tipo de temor, en dicho ejercicio pierde la vida por un disparo venido del arma que poseía en esos instantes Margaret y muere feliz, cosa que nunca Margaret va a llegar a conseguir. Con esto parece haber justicia, porque Wilson se desinteresa totalmente de esa mujer cuando ve que es capaz de hacer ese tipo de cosas y más con un hombre que le estaba empezando a caer bien porque se dio cuenta de que Macomber no era el pusilánime cornudo que creía haber conocido.
El hecho, o mejor, la tensión definitiva de enfrentar y cazar al león, podría tomarse como un símbolo especial, ese es el aditamento exclusivo que conforma la segunda historia, lo que en el cuento de Borges sería el enfrentamiento con el lugareño en aquella tienda; es el símbolo en quebrantar los temores, superar el ensimismamiento y “tomar el toro por los cachos”: en Borges: tomar el cuchillo que no sabe ni manejar y pelear como un verdadero gaucho a un oponente diestro en la pelea; en Hemingway: tomar una carabina, perseguir al león y asestarle un par de disparos efectivos, el denominador común: la muerte para ambos protagonistas, una muerte como recompensa más no como castigo, es la muerte brindada como costo a su osadía, es el premio que espera a todo héroe que vive su pequeña ficción.
Vemos entonces, un par de relatos en los que la tesis de Piglia se cumple a cabalidad gracias al carácter narrativo que le dan estos dos escritores representantes del cuento americano. Cada uno de esos relatos está escrito en tercera persona, con esa voz omnisciente que todo lo sabe pero que le concede a los personajes principales la voz propia que le habla al mismo narrador para que éste ilustre al lector y se complete el ciclo de escritor – narrador – lector. En el relato de Hemingway si bien se podría estar hablando tal vez de una novela corta o nouvelle por su extensión en páginas, no cabe duda que el texto cumple con las características esenciales de un cuento; en el de Borges apreciamos un cuento corto, lleno de detalles metafísicos a los que el argentino acostumbró a sus lectores, con posibilidad a hacer varias lecturas diferentes del mismo y en cada una de ellas encontrar un cuento con significado propio y con un sentido artificioso perfecto y sugestivo.
Los dos relatos enriquecen no solo la obra narrativa de los dos escritores a nivel personal sino que nutren la narrativa universal porque son dos manifestaciones, dos fotografías semiampliadas de una de las tantas realidades que puede llegar a tener el individuo como habitante de este plano existencial.



[1] http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/tecni/tesis.htm
[2] Recomendación: leer el libro “Verdad y Método” de Gaddamr.
[3] http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/sur.htm
[4] http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/vargas1.htm
[5] Los ejemplos de la obra de Hemingway son extraídos de la compilación hecha por el grupo editorial Tomo, 2003; los de El Sur, todos son de la versión colgada en: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/sur.htm

2 comentarios:

  1. La infinitud de la creación literaria

    La literatura en cualquiera de sus formas ofrece un amplio espacio o campo de acción, en el cual cada lector la recrea y reinventa. Cada obra literaria ostenta una multiplicidad de lecturas que hacen que sea una producción inacabada, y por esa razón, grandes obras siguen produciendo nuevos significados e interpretaciones, claro está sí se les lee de una forma alegórica y no lineal.

    De este modo, al abordar La otra historia en “El Sur” de Jorge Luis Borges frente al relato “La corta y feliz vida de Francis Macomber” de Ernest Hemingway, resulta innegable su acertado análisis de la pluralidad narrativa que tienen las obras, -aprehendida desde la teoría de Piglia-, al señalar el gran aporte de estos dos maestros de la literatura al crear historias que ocultan otras bajo el espejo de lo que parece evidente.

    En este contexto, el presente acercamiento pretende complementar esta misma posición, pero desde una perspectiva más estructuralista, así como también, rescatar la majestuosidad de la obra de Borges, que tal y como se mencionó en el texto, es cuestionada por algunos sectores.

    Así pues, al examinar la multiplicidad a la que se hace referencia en este interesante paralelo entre Borges y Hemingway, también se puede afirmar que sí se analizan los textos teniendo en cuenta la gramática narrativa o análisis estructural, la existencia de las historias entrelazadas resulta mucho más evidente, dado que usualmente los personajes principales que desarrollan y desencadenan las acciones narrativas, se presentan al lector como agentes moderadores de contenidos semánticos, lo que los lleva a convertirse en actores polisémicos, que ni en su misma función sintáctica (lexema), están despojados de significación (primer nivel).

    Ya si el lector se dirige hacia el segundo nivel, se encuentra con el conjunto de atributos que se la dan en el transcurso del relato a los personajes, y a su vez, en un tercer eslabón, al analizar los hechos que se cuentan, los personajes se convierten en agentes de acción, seres que al replantear la significación que se encuentra detrás de lo que parece ser evidente, crean otras historias que se entrelazan, dado que los sujetos se mantienen pero su objeto cambia, el oponente se transforma en adyuvante, el destinador adopta el rol de destinatario y viceversa.

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  2. Por otra parte, tal y como se señaló al comienzo, resulta fundamental exaltar el trabajo hecho por Jorge Luis Borges, puesto que tal y como lo señala Rafael Gutiérrez en su texto El lector de Nietzsche, Borges, en el autor argentino se exteriorizan claramente dos factores en su ironía: El primero de ellos es la lucidez, que se presenta en cuanto a que la obra del argentino es “un laberinto poético sin Dios” -en el sentido nietzscheano-, que exterioriza una afirmación teológica-negativa -poco usual en un continente en el que la religión ocupa un lugar significativo-, apoyada en la razón. El segundo, es la simultaneidad de los tiempos, que señala que si lo verdadero es lo bello, entonces una obra del pasado, es tan actual en el presente, como otra que se cree en la actualidad, y viceversa.

    Así, la obra de Borges tiene un gran valor, no sólo por la actitud dubitativa que sostiene, sino también porque se remite a los mismos orígenes americanos, tal y como lo hace, cuando encubre las divinidades precolombinas en sus textos y juega con ellas. Por eso, resulta paradójico que algunos sectores cuestionen su identidad sudamericana. ¿Cómo es posible que algunos olviden la relevancia que tienen los símbolos en la obra del argentino? Sus significados son los que le asignan el sentido totalitario a la creación artística,

    Por último, al retomar el paralelo propuesto entre Borges y Hemingway, al haber sido evidenciadas sus similitudes en el texto planteado por el creador del blog, resulta hasta irrisoria esta aseveración hecha por el creador de El Aleph “Hemingway, que fue medio compadre, terminó matándose porque se dio cuenta que no era un gran escritor”…. ¿será que a estas alturas pensaría lo mismo?


    GUTIÉRREZ, Rafael. “El lector de Nietzsche, Borges”. En: El gusto de ser modesto. Ed. Panamericana: Bogotá, 1998

    LAFFORGUE, Jorge y RIVERA B Jorge. Asesinos de papel, Calicanto Editorial S.R.L - Buenos Aires, 1977

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