sábado, 6 de febrero de 2016

NOTAS SOBRE EL LIBRO JUVENTUD (YOUTH) DE JM COETZEE

Porque será artista, eso ya hace tiempo que está decidido. Si de momento tiene que ser desconocido y ridículo, se debe a que el destino del artista es sufrir el anonimato y el ridículo hasta el día en que se revelen sus verdaderos poderes y quienes se burlan y se mofan de él tengan que callarse.

2. ¿Para qué interesarse pro la poesía? Además, ¿quién dice que los pensamientos que escribe en su diario son sus sentimiento verdaderos? ¿Quién dice que mientras mueve el bolígrafo está siendo en todo momento él mismo de verdad? Puede que en un momento sea él y en otro simplemente esté inventando. ¿Cómo puede estar seguro? ¿Por qué tendría que querer estarlo?

3. Tiene que volver a vivir solo, lo cual no es poco consuelo. Sin embargo, no puede vivir siempre solo. Tener amantes forma parte de la vida del artista: incluso si esquiva la trampa del matrimonio, tal como desde luego hará, tendrá que encontrar el modo de vivir con mujeres. No puede alimentarse del arte solo con privaciones, añoranza, soledad. Tiene que haber intimidad, pasión, también amor.

4. De todos modos, los escritores no son como los pintores: son más obstinados, más sutiles.

5. Keats es como la sandía, suave y dulce y carmesí, cuando la poesía debería ser fuerte y clara como una llama. Leer media docena de páginas escritas por Keats es como ceder a la seducción.

6. Bailar solo cobra sentido cuando se interpreta como otra cosa, algo que la gente prefiere no admitir. Esa otra cosa es lo verdaderamente importante: el baile no es más que la máscara. Sacar a bailar a una chica significa hacerle preposiciones, aceptar la invitación a bailar significa el consentimiento de las proposiciones; y bailar es la representación y prefiguración de la relación. Las correspondencias son tan obvias que se pregunta por qué la gente se molesta en bailar.

7. Las especias picantes no forman parte esencial de la comida india, le explica su anfitrión: fueron introducidas sólo para disimular el sabor de la carne en mal estado.


8. Sin descender a las profundidades no se puede ser artista.Pero ¿qué son exactamente las profundidades?

lunes, 25 de enero de 2016

NOTAS ACERCA DEL LIBRO SOBRE HÉROES Y TUMBAS DE ERNESTO SÁBATO


 
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1.     …puesto que para tener una visión negra del mundo que hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades 


2.     Y no había querido que se fuese y se había dormido a su lado, se había dejado dormir a su lado, había hecho ese supremo gesto de confianza que es dormirse al lado de otro: como un guerrero que deja su armadura.


3.     La noche, la infancia, las tinieblas, el terror y la sangre, sangre, carne y sangre, los sueños, abismos, abismos insondables, soledad soledad soledad, tocamos pero estamos a distancias inconmensurables, tocamos pero estamos solos.


4.     Porque el Destino no se manifiesta en abstracto sino que a veces es un cuchillo de un esclavo y otras veces es la sonrisa de una mujer soltera.


5.     —Bruno siempre dice que, por desgracia, la vida la hacemos en borrador. Un escritor puede rehacer algo imperfecto o tirarlo a la basura. La vida, no: lo que se ha vivido no hay forma de arreglarlo, ni de limpiarlo, ni de tirarlo. ¿Te das cuenta qué tremendo?



6.     Como decía Bruno, una de las trágicas precariedades del espíritu, pero también una de sus sutilezas más profundas, era su imposibilidad de ser sino mediante la carne.


7.     Soy de los que piensan que no es malo que la juventud tenga en su momento ideales tan puros. Ya hay tiempo de perder luego esas ilusiones. Luego la vida le muestra a uno que el hombre no está hecho para esas sociedades utópicas. No hay ni siquiera dos hombres iguales en el mundo: uno es ambicioso, el otro es dejado; uno es activo, el otro es haragán; uno quiere progresar, como el amigo Pérez Moretti o yo, al otro le importa un comino seguir toda su vida como un pobre tinterillo.


8.     —En pedazos, por momentos. Cuando uno es chico espera la gran felicidad, alguna felicidad enorme y absoluta. Y a la espera de ese fenómeno se dejan pasar o no se aprecian las pequeñas felicidades, las únicas que existen. Se calló, sin embargo. Al rato continuó:

—Imagínese un mendigo que desdeña limosnas por el camino, porque le han dado el dato de un formidable tesoro. Un tesoro inexistente.

Volvió a sumirse en sus pensamientos.

—Parecen fruslerías: una conversación apacible con un amigo. A lo mejor esas gaviotas que vuelan en círculos. Este cielo. La cerveza que tomamos hace un rato.


9.     Tal vez a nuestra muerte el alma emigra:

a una hormiga,

a un árbol,

a un tigre de Bengala;

mientras nuestro cuerpo se disgrega

entre gusanos

y se filtra en la tierra sin memoria,

para ascender luego por los tallos y las hojas,

y convertirse en heliotropo o yuyo,

y después en alimento del ganado,

y así en sangre anónima y zoológica,

en esqueleto,

en excremento.

Tal vez le toque un destino más horrendo

en el cuerpo de un niño

que un día hará poemas o novelas,

Y que sus oscuras angusias

(sin saberlo)

purgará sus antiguos pecados

de guerrero criminal,

o revivirá pavores,

el temor de una gacela,

la asquerosa fealdad de comadreja,

su turbia condición de feto, cíclope o lagarto,

su fama de prostituta o pitonisa,

      sus remotas soledades,

sus olvidadas cobardías y traiciones.


10.  Porque en este país de resentidos solo se empieza a ser un gran hombre cuando se deja de serlo.


11.  Lo mismo pasa con un cuento de Melville, creo que se llama Bertleby o Bartleby o algo por el estilo. Cuando lo leí me impresionó cierta atmósfera kafkiana. Y así en todo. Nosotros, por ejemplo, somos argentinos hasta cuando renegamos del país, como a menudo hace Borges. Sobre todo cuando se reniega con verdadera rabia, como Unamuno hace con España; como esos ateos violentos que ponen bombas en una iglesia, una manera de creer en  Dios. Los verdaderos ateos son los indiferentes, los cínicos. Y lo que podríamos llamar el ateísmo de la patria son los indiferentes, los cínicos. Y lo que podríamos llamar el ateísmo de la patria son los cosmopolitas, esos individuos que viven aquí como podrían vivir en París o en Londres. Viven en un país como en un hotel.  Pero seamos justos. Borges no es de esos, pienso que a él le duele el país de alguna manera, aunque, claro está, no tiene la sensibilidad o la generosidad para que le duela el país que puede dolerle a un peón de campo o a un obrero de frigorífico.


12.  En cambio, yo… ¿qué soy yo? Una especie de contemplativo solitario, un inútil  ni siquiera sé si alguna vez lograré escribir una novela o un drama.


13.  Y en lo que a ella se refería (pensaba bruno) aquella serenidad era simplemente una suerte de paréntesis, tan precario, tan insustancial como el que un enfermo de cáncer logra con una inyección de morfina.


14.  Siempre es terrible ver a un hombre que se cree absoluta y seguramente solo, pues hay en él algo trágico, quizás hasta de sagrado, y a la vez de horrendo y vergonzoso. Siempre —decía— llevamos una máscara, una máscara que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los papeles que tenemos asignados en la vida: la del profesor, la del amante, la del intelectual, la del marido engañado, la del héroe, la del hermano cariñoso. Pero ¿qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estemos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie, nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca? Acaso el carácter sagrado de ese instante se deba a que el hombre está entonces frente a la Divinidad, o por lo menos ante su propia e implacable conciencia.


15.  Tuve que explicarle que la única forma de mantener la paz entre los seres humanos era mediante la ignorancia recíproca y el desconocimiento, únicas condiciones en que estos bichos son relativamente bondadosos y justicieros, ya que todos somos bastante ecuánimes con relación a las cosas que no nos interesan.


16.  Y que de momento creía, más o menos, que el alfabetismo resolvería el problema general de la humanidad: momento en que yo le recordaba que el pueblo más alfabetizado del mundo era el que había instaurado los campos de concentración para la tortura en masa y la cremación de judíos y católicos.


17.  Y luego cientos de artículos destinados a levantar el ánimo de los pobres, leprosos, rengos, edípicos, sordos, ciegos, mudos, sordomudos, epilépticos, tuberculosos, enfermos de cáncer, tullidos, macrocefálicos, neuróticos, microcefálicos, hijos o nietos de locos furiosos, pies planos, asmáticos, postergados, tartamudos, individuos con mal aliento, infelices enel matrimonio, reumáticos, pintores que han perdido la vista, escritores que han sufrido la amputación de las dos manos, músicos que se han quedado sordos (¡pensad en Beethoven!, atletas que a causa de la guerra, mujeres feísimas, chicos leporinos, hombres gangosos, vendedores tímidos, personas altísimas, personas bajísimas (casi enanos), hombres que pesan más de doscientos kilos, etc. Título: DEL PRIMER EMPLEO ME ECHARON A PUNTAPIÉS, NUESTRO ROMANCE EMPEZÓ EN EL LEPROSARIO, VIVO FELIZ CON MI CÁNCER, PERDÍ LA VISTA PERO GANÉ UNA FORTUNA, SU SORDERA PUEDE SER UNA VENTAJA, etcétera.


18.  Felizmente tengo la propensión a imaginar siempre lo peor. Digo “felizmente” porque de ese modo mis preparativos son más fuertes que los problemas que la realidad luego me depara; y aunque dispuesto para lo peor, esa realidad me resulta menos difícil que lo previsto.


19.  Es muy típico de los seres humanos, cuando pasa algo espantoso. Se dicen: “¡Esto no puede ser, no puede ser!” Pero está siendo y el horror empieza de nuevo a devorarlos.


20.  Pues ¿qué conocemos en definitiva del misterio último de los seres humanos, aun de aquellos que han estado más cerca de nosotros? 


21.  Ya que cuando enjuiciamos nuestra propia existencia inevitablemente ponemos en juicio a la humanidad entera. Aunque también podría decirse que cuando empezamos a juzgar a la humanidad entera es porque en  realidad estamos escrutando el fondo de nuestra propia conciencia.


22.  ¡América! El país mítico donde el dinero se encontraba tirado en las calles. Y luego el trabajo duro, los salarios miserables, las jornadas de doce y catorce horas. Esa había sido finalmente la verdadera América para la inmensa mayoría: miseria y lágrimas, humillación y dolor, añoranza y nostalgia. Como niños engañados con cuentos de hadas y llevados a la esclavitud. Y entonces ellos, o sus hijos, dirigían sus miradas a otras utopías, a tierras futuras de las que hablaban libros violentos y a la vez llenos de ternura por ellos, por los miserables; libros que les hablaban de tierra y libertad, y los empujaban a la revuelta. Y entonces mucha sangre corrió en las calles de Buenos Aires, y muchos hombres y mujeres y hasta niños de esos infelices murieron en 1905, en 1908, en 1910. ¡El Centenario de la Patria! ¿De la Patria de quién?


23.  Pero siempre entendemos demasiado tarde a lso seres que más cerca están de nosotros, y cuando empezamos a aprender este difícil oficio de vivir ya tenemos que morirnos, y sobre todo ya han muerto aquellos en quienes más habría importado aplicar nuestra sabiduría.


24.  Y pienso que si no será siempre así, que el arte de nuestro tiempo, ese arte tenso y desgarrado, nazca invariablemente de nuestro desajuste, de nuestra ansiedad y nuestro descontento. Una especie de intento de reconciliación con el universo de esa raza frágiles, inquietas y anhelantes criaturas que son los seres humanos.


25.  Puesto que los animales no lo necesitan: les basta vivir. Porque su existencia se desliza armoniosamente con las necesidades atávicas. Ya al pájaro le basta con algunas semillitas o gusanos, un árbol donde construir su nido, grandes espacios para volar; y su vida transcurre desde su nacimiento hasta su muerte en un venturoso ritmo que no es desgarrado jamás ni por la desesperación metafísica ni por la locura. Mientras que el hombre, al levantarse sobre las dos patas traseras y al convertir en un hacha la primera piedra filosa, instituyó las bases de su grandeza pero también los orígenes de su angustia; porque con sus manos iba a erigir esa construcción tan potente y extraña que se llama cultura e iba iniciar así su desgarramiento, ya que habría dejado de ser un simple animal pero no habrá llegado a ser el dios que su espíritu le sugiera. Será ese ser dual y desgraciado que se mueve y vive entre la tierra de los animales y el cielo de sus dioses, que habrá perdido el paraíso terrenal de su inocencia y no habrá ganado el paraíso celeste de su redención. Ese ser dolorido y enfermo del espíritu que se preguntará, por primera vez, sobre el porqué de su existencia. Y así las manos, y luego aquella hacha, aquel fuego, y luego la ciencia y la técnica habrán ido cavando cada día más el abismo que lo separa de su raza originaria y de su felicidad zoológica. Y la ciudad será finalmente la última etapa de su loca carrera, la expresión máxima de su orgullo y la máxima forma de su alienación. Y entonces seres descontentos, un poco ciegos y un poco como enloquecidos, intentan recuperar a tientas aquella armonía perdida con el misterio y la sangre, pintando o escribiendo una realidad distinta a la que desdichadamente los rodea, una realidad a menudo de apariencia fantástica y demencial, pero que, cosa curiosa, resulta ser más profunda y verdadera que la cotidiana. Y así, soñando un poco por todos, esos seres frágiles logran levantarse sobre su desventura individual y se convierten en intérpretes y hasta salvadores (dolorosos) del destino colectivo (SOBRE HÉROES Y TUMBAS. ERNESTO SÁBATO).
26. 
1.° Dios no existe.
2.° Dios existe y es un canalla.
3.° Dios existe, pero a veces duerme: sus pesadillas son nuestra existencia.
4.° Dios existe, pero tiene accesos de locura: esos accesos son nuestra existencia.
5.° Dios no es omnipresente, no puede estar en todas partes. A veces está ausente ¿en otros mundos? ¿En otras cosas?
6.° Dios es un pobre diablo, con un problema demasiado complicado para sus fuerzas. Lucha con la materia como un artista con su obra. Algunas veces, en algún momento logra ser Goya, pero generalmente es un desastre.
 
      7.° Dios fue derrotado antes de la Historia por el Príncipe de las Tinieblas. Y derrotado, convertido en presunto diablo, es doblemente desprestigiado, puesto que se le atribuye este universo calamitoso.

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viernes, 5 de abril de 2013

CUENTO



LA MANO DE JUAN

Cuento publicado en la revista Fractales, 2008

Conté las monedas para pagar el pasaje y vi venir la buseta: Perdomo – San Vicente – Coruña. Me subí. Pagué. Me senté y como es usual, eché un vistazo a ver qué compañeros tendría para ese recorrido. Nada diferente. Los hombres con cara de maleantes y las mujeres gordas y desarregladas. Venían de trabajar de la plaza del Siete de Agosto. La mayoría de pasajeros vivía en el Perdomo, yo me quedaba en la Coruña. La Sierra Morena se levantaba solitaria en medio de la niebla que cubre los cerros del sur de la ciudad.

La buseta comía pavimento tan rápido como la cinta de mi walkman se tragaba la voz de Hettfield aullando ¡seek and destroy!  La gente se encogía en sus asientos y se arrunchaba contra la carrocería del busetón. Los hedores de los pasajeros se hacían más agrios y repugnantes. El conductor demostraba una prodigiosa habilidad para maniobrar en la carrera décima que a esa hora (las casi diez de la noche) si bien está más descongestionada que en las horas pico, está llena de  indigentes que atraviesan las calles como espectros, y de taxis desbocados que le huyen al atraco; de transeúntes protagonistas de cualquier documental del centro de Bogotá; drogadictos y hampones inexpertos; colectivos azules que van hacia Ciudad Tunal a toda velocidad.

 El conductor mira de vez en cuando el espejo y echa un vistazo a ver qué puesto está desocupado para seguir echándole gente, pero la noche no arroja muchos pasajeros, entonces se resigna y acelera sin contemplación. Es lo mejor para todos.

Iba llegando a mi barrio, cuando la buseta, que ya se estaba saltando la avenida Boyacá para internarse en la recta final que me conduciría a mi barrio, empezó a toser y dar arranconazos, como un animal moribundo. Al fin, se varó después de una agonía insoportable. Era una buseta muy vieja, merecía la jubilación tanto como su conductor.

Yo estaba adormecido, soñando que tocaba la batería invitado por Metallica en su gira por Suramérica. Apenas me di cuenta de que el conductor orilló la buseta y la gente se empezó a bajar, como si los estuvieran persiguiendo, sin ningún reclamo, cosa que me llamó la atención, pues lo normal en estos casos es que la gente le pida la plata del pasaje al conductor, insultándolo. Cuando nos bajamos, me di cuenta de que éramos muy pocos los pasajeros que íbamos hasta el momento.

Se fueron subiendo a otra buseta, cosa que yo también debí de haber hecho. Pero la noche invitaba a dar un paseo vespertino por el último kilómetro que me quedaba de trecho; el aire era suave y atractivo, el clima hacía suponer que estaba en tierra caliente, cosa rara, pues ya habían pasado las once y el frío no se sentía; el cielo estaba estrellado y el horizonte en general se veía agradable. No parecía que estuviera en Bogotá.

No le vi nada de malo irme caminando hasta mi casa, al fin y al cabo, no era mi principal objetivo en la vida llegar temprano a discutir con mi papá, y aguantarle su borrachera. Demostrarle que ya no sabe qué hacer conmigo, como todos los papás, ya no saben qué hacer con uno cuando a los 17, cuando se da uno cuenta de que el mundo no son las cuatro paredes en donde se crió. No es esa bolita de cristal en la que uno cree que vive.

Alcancé a dar unos siete pasos, tranquilo y feliz (estaba en tierra caliente), cuando por mi lado pasó un  tipo de gorra ordinaria: verde mate; los pelos crespos, negros se alcanzaban a salir por los bordes de la cachucha; una chaqueta de cuero negra que le quedaba grande, un pantalón gris lo terminaba de ridiculizar y unos tenis sucios (parecía que eran blancos) le acababan de dar un aspecto terrible. Tenía pinta de ser un obrero, de los que trabajan en el norte de la ciudad.

Yo sabía que ese trecho era algo peligroso para caminarlo a esas horas y cuando el tipo se volteó para saludarme, capté el error que cometí al no haber tomado otra buseta.

Ahora este man me va a atracar... pero qué me va a robar, si al caso el walkman., el único buen recuerdo de mi ex novia. A cuánta gente he visto caminar así como yo, a estas horas y en ese lugar, y nunca les ha pasado nada, ¡pero  a mí sí es seguro que me van joder!

-          Buenas noches -. Dijo el desgraciado, con una sonrisa de oreja a oreja, dejando ver sus dientes amarillos y su bigote enredado que casi no dejaba ver su chata nariz. Tenía algunas arrugas alrededor de sus ojos, no ocultó que ya había pasado de los 50.
-          ¡Qué tal! Respondí con toda calma, fresco y mirándolo a los ojos, pero por dentro estaba que me orinaba del susto; él quería era robarme, tal vez degollarme.

Se presentó como Juan, me dio la mano y apretó fuerte; sentí un calor bochornoso, me preguntó mi nombre y como si nada decidió acompañarme en el trayecto de manera arbitraria. Después de diez pasos de camino ya parecíamos los mejores amigos (aunque me cagara  del susto, y maldije mil veces no haber tomado la otra buseta, como lo hicieron los demás pasajeros, sabios). Me entrevistó. Yo traté de hacer lo mismo con él, para ganarme su confianza y demostrarle que no tenía nada de miedo; eché un vistazo al panorama que nos rodeaba y  todo era horrible: la carretera abismalmente sola, el viento no silbaba, la noche era oscura pero la luna alcanzaba a iluminar la escena. Las estrellas medio alumbraban, a lado y lado de la carretera era un desierto.

 Nos acercábamos al puente que cruza el río Tunjuelito, donde habían dejado a varios taxistas atracados, sin vida. Ahora, era mi turno. Cada vez estaba más asustado y no tuve más opción que prepararme para un seguro ataque de Juan. Empuñé mis manos que sudaban en mis bolsillos y mientras (ahora mi amigo) Juancho me hablaba y me hablaba, me propuse mirar de sreojo el río que pasaba debajo. Casi me desmayo de pensar que con empujón, Juan me iba a lanzar allá. ¡Era el momento!, justo allí, Juan podría atacar sin pensarlo.

Ya estaba más cerca de mi destino y Juan se acercaba a mí con un tono descarado; su mirada era más intimidante, casi salgo a correr. Creo que ya estaba cagado y orinado. Pero el juego consistía en hacerme el duro y hacerle creer que yo no era ningún huevoncito.

¿Tú... sigues John? ¡Ahora me tuteaba el infeliz! Le respondí que , extrañado por la pregunta. Eso quería decir que él se quedaría ahí que todo iba a terminar. Algo muy raro, por qué habría de quedarse allí, si estaba en medio de la nada y el paradero aún estaba a muchos metros; además, según lo que me había dicho, su plan era irse caminando loma arriba hasta su casa porque supuestamente, también le habían dado ganas de caminar a esa hora, por ese mismo lugar, hasta Sierra Morena.

-          Sí, yo sigo, ¿y usted luego no se iba a ir caminando? Me atreví a preguntar, insistiendo en no demostrarle media miadita de susto. La voz nunca me tembló y tampoco guardé mi walkman,¡yo era un verraco!
-          Sí John, lo que pasa es que por aquí es muy peligroso y uno no sabe qué pueda pasar, ¿no le parece?

Su mezcla de tutear y no tutear me molestaba tanto como su olor a indigente. El tipo se detuvo y tuve que hacer lo mismo. Paré y con timidez extrema lo miré a ver ahora sí con qué iba a salir (ya me estaba cansando), se suponía que tenía que pasar lo que tenía que pasar, y yo estaba preparado para la escena crucial.

-          Bueno John, mucho cuidado, ten mucho cuidado por ahí, que la noche es peligrosa y por aquí es jodido.

Extendió su mano y la atenazó a la mía, me miró a los ojos y de pronto bajó su mirada. Me apretó más fuerte, traté de zafarme pero su fuerza animalesca me dominó con facilidad y mirándome hacia abajo, mirándome el sexo sin verguenza, se despidió:

-          Chao Johncito, cuídate por ahí, pero sobre todo, cuídate mucho ese tesorito.

Y mientras Juan me apretaba la mano, logró rozarme el tesorito ... Como pude me solté y lo alejé de mí. ¡Qué va!, él fue el que me soltó, me liberó. Volteé y como único recurso de supervivencia salí corriendo como si me estuviera quemando. Y la voz de Juan diciéndome eso me estaba enloqueciendo, mientras aturdido cruzaba la avenida para refugiarme entre las casas que ya se asomaban a la vista. Paré para comprobar que el aberrado no estuviera detrás de mí, pero no había nadie. No había tomado ningún medio de transporte, pues ninguno pasó mientras estábamos caminando, si cruzaba se encontraría un pequeño lago que había dejado el río desde la última vez que se desbordó. Juan desapareció con la espesa niebla que despedía el hedor del río. Llegué a mi casa atontado, sabiendo que no había pasado nada, que todo había salido bien. Bueno, me habían manoceado cruzando el río, al cualquiera le pasa ¿no?

Cuando entré a mi casa, mi mamá estaba tirada en el sofá y mi papá me recibió diciendo: nos vamos para el hospital, atracaron y parece que violaron a Juliana. ¿No se supone que USTED hoy la iba a recoger porque el novio que tiene no podía? La noticia y una botella de aguardiente, le impidieron esta vez iniciar la acostumbrada pelea familiar. El hombre estaba preocupado, sin saber qué decir, tartamudeaba, estaba nervioso, parecía que tuviera párkinson, sus manos nunca habían temblado así. Buscaba en mí una respuesta esperanzadora. Sin embargo, sus ojos no disimularon que quería echárseme encima y darme una golpiza por no haber recogido a mi hermana. De nuevo, me preparé para el combate, de nuevo, me quedé esperando.

Nos fuimos tan rápido que apenas me di cuenta de que dejamos tirada a mi mamá como si no existiera. Quién sabe por qué no podía imaginarme a mi hermana tirada en un pastizal sin un peso y abusada por un don “Juan”. Uno de esos que salen a caminar por ahí, mirando a ver qué pendejo le da por irse a la casa echando pata a la media noche.

Tomamos el taxi y al pasar otra vez por donde el asqueroso me había manoseado, no pude evitar la imagen de la mano de Juan frotándome el fundillo, rematando con su consejo cuídate mucho ese tesorito. Pensé en mi hermana, crucé las piernas algo incómodo y me puse los audífonos de nuevo.


martes, 15 de diciembre de 2009

ENSAYO




LA OTRA HISTORIA EN “EL SUR” DE JORGE LUIS BORGES FRENTE AL RELATO“LA CORTA Y FELIZ VIDA DE FRANCIS MACOMBER” DE ERNEST HEMINGWAY


La narrativa de Jorge Luís Borges ha servido para realizar numerosos estudios literarios sobre su contenido y el trasfondo que frecuenta la mayoría, o tal vez, la totalidad sus obras. Uno de esos estudios es el de escudriñar cuál sería la segunda y hasta la tercera historia en muchos de sus cuentos. Tal es la propuesta que formula Ricardo Piglia, quien nos dice que todo cuento tiene dos historias, que un buen cuento debe estar compuesto siempre por dos historias de las cuales una es la principal o evidente y la otra está escondida sin embargo, subordinada a la principal (en la mayoría de los casos), éstas se pueden ir desarrollando entretejidas la una de la otra formando lo que sería el cuento en su unidad esencial, ya sería tarea del lector o del crítico leer con detenimiento qué tipo de historias se entrelazan en los relatos que se mimetizan en medio de un hilo conductor que muestra al cuento como una sola unidad compacta. En “El sur” encontramos un cuento del cual se puede extraer o estudiar cada una de esas tres historias posibles, basados en la teoría de Piglia, quien con exactitud nos dice: “Cada una de las dos historias se cuenta de un modo distinto. Trabajar con dos historias quiere decir trabajar con dos sistemas diferentes de causalidad. Los mismos acontecimientos entran simultáneamente en dos lógicas narrativas antagónicas. Los elementos esenciales del cuento tienen doble función y son usados de manera distinta en cada una de las dos historias. Los puntos de cruce son el fundamento de la construcción. (…) “Lo que es superfluo en una historia, es básico en la otra. El libro del tendero es un ejemplo (como el volumen de Las mil y una noches en "El Sur", como la cicatriz en "La forma de la espada") de la materia ambigua que hace funcionar la microscópica máquina narrativa de un cuento”.[1]
Entre más sea evidente la existencia de más de una historia dentro de un solo cuento más relevante se vuelve el comprender su sentido, su trasfondo, y por ende, la obra cobra más valor literario porque hace que el lector se interese tanto en el trabajo de escudriñar el texto que termina asombrado de comprobar la capacidad narrativa del escritor y la majestuosidad de la trama que si está dada en dos o tres pequeñas historias es porque está escondida una realidad que no debe ser contada así de manera explícita, evidente, sino que necesita ser tratada con ese arte que posee la literatura, arte que de por sí, hace que la realidad se vuelva menos tediosa y fría.
Causalidades del absurdo, así podrían denominarse (aunque el mismo Borges fastidiara un poco respecto a la idea de la clasificación de las cosas) a la temática de los relatos del escritor argentino. Cuentos como “El evangelio según Marcos”, “El Sur”, “La biblioteca de babel” y otros más, son un conjunto de historias que al cumplir en parte con la teoría del iceberg, llevada a plenitud en mi opinión por Hemingway, nos dicen que la vida está llena de causalidades y entre más absurdas que estas parezcan, más populares, verosímiles y tangibles se vuelven en nuestro vivir. Y estas causalidades tan llenas de contradicciones o de gigantes oxímorones (figura retórica a la que Borges le rinde culto en muchos de sus relatos), parecen producto de lo que era su microcósmica manera de pensar. En sus entrevistas dadas a acuciosos periodistas dejó ver varias de ellas: Mi mejor cuento definitivamente ha sido la intrusa, diríale a algún comunicador social en alguna oportunidad. ...No, mi mejor cuento es “El Sur”, respondería ante la misma pregunta a cualquier otro periodista cuando ya contaba ochenta y algo de años.
En el prólogo de su libro “Artificios” nos dice que el cuento “El sur” fue escrito para ser leído desde dos perspectivas nada más: 1. Hacer una lectura cronológica normal, con su inicio, nudo y desenlace corrientes. 2. El protagonista, que llega a internarse en el hospital por X motivo, se imagina todo este rollo de una muerte seudo divinizada y heroica. Pero años más tarde, cuando Borges contaba más de ochenta de existencia, nos dice que hay una tercera posibilidad de lectura del cuento, ¿por qué nadie se había dado cuenta de eso?, diría Borges al percatarse de que nadie había entendido que lo que él quería era no ser clasificado en ninguna catalogación y por ende ninguna de sus creaciones. Él no quería ser pretendido como un genio....esa genialidad que siempre demostró, era tal vez la mejor manera de decirnos cuán ingenuo era, cuán ignorante es el ser humano frente a su propio universo que ni siquiera había sido capaz de descifrar su propio plan de vida, de entender el mundo en que vive y que se asombraba de ver a un escritor latinoamericano con influencias europeas armar su propia galaxia, su propio artificio, su propia y única ficción por medio de las letras.
Tal vez, al percatarse de la complejidad de este asunto, otro monstruo de las letras sudamericanas, Carlos Fuentes, se vio obligado a hacerle una puerta de entendimiento a Latinoamérica respecto a las obras de Borges. Pues era una iniquidad que tanto en su propio país como en el resto del continente, tildaran a Borges de Anti – Suramericano, de ir en contra de la tierra que lo vio nacer. Que porque escribía diferente a un Juan Rulfo, a un García Márquez a un Vargas Llosa, no quería decir que su obra tuviera que ser cuestionada. Lo que Borges nos plantea es que sus cuentos, o el cuento en general no es más que un juego, donde se es totalmente libre de decir las cosas, donde la inaprensibilidad de la historia, la metamorfosis del relato es lo que prima y debe primar siempre.[2]
De ahí que escribiera relatos como “La muerte y la brújula”. Aquí juega a demostrarnos que al igual que Poe, él también podía dar ejemplo de hacer un cuento con dos historias, teniendo en cuenta las pautas dadas por su antecesor Estadounidense. La diferencia es que en “La muerte y la brújula” nos muestra a un policía más guiado por su intelectualidad que a un Dupin orientado por sus aires un tanto poéticos. En el relato, se nos describe a un Lonrot puramente intelectual al que se le escapa la realidad misma, carece de sentido común y por eso nunca se da cuenta que él mismo va a ser la próxima víctima.
Pero, ¿Dónde dejamos pues la tercera, interpretación que se le puede dar al cuento “El Sur”, dónde queda la otra historia? Y tal como la incógnita es casi inextricable, su respuesta además de eso es más poética aun. La tercera lectura posible a este relato tiene que ver con la historia de las mil y una noches. Mientras que Scheresada le inventa una historia de mil y una noches a su “verdugo” para evitar su muerte y quien sabe cuántas más, Borges, acude a esta estrategia en su cuento para dar a entender que si hubiera seguido leyendo su libro, hubiera postergado más su propia muerte, la cual era ineludible en el momento en que estaba preparada. Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida[3]. Tal vez por eso y quién sabe por qué más, Borges nos decía que no buscaba causar sorpresa sino asombro. Entendiéndose la palabra asombro desde el inglés amazement y delimitando aun más dicho vocablo a maze (laberinto), ese laberinto por el que Borges nos mete en prácticamente todas sus obras, y cuyo final, si logramos descifrarlo, para unos no es más que algo de entretenimiento con palabras e historias enredadas y para otros tal vez, puro conocimiento. Sólo recordemos que ni a Borges ni a su obra hay que encasillarla dentro de alguna estipulación.
Tomando en cuenta lo anterior, es conveniente pasar a estudiar lo que sería la obra de Ernest Hemingway, más estrictamente con su relato La corta y feliz vida de Francis Macomber. En mi concepto este es el cuento que más lleva a cabo la teoría del iceberg desarrollada por el mismo autor norteamericano más no inventado por él, tal como nos lo explica Mario Vargas Llosa: En alguna parte, Ernest Hemingway cuenta que, en sus comienzos literarios, se le ocurrió de pronto, en una historia que estaba escribiendo, suprimir el hecho principal: que su protagonista se ahorcaba. Y dice que, de este modo, descubrió un recurso narrativo que utilizaría con frecuencia en sus futuros cuentos y novelas. En efecto, no sería exagerado decir que las mejores historias de Hemingway están llenas de silencios significativos, datos escamoteados por un astuto narrador que se las arregla para que las informaciones que calla sean sin embargo locuaces y azucen la imaginación del lector, de modo que éste tenga que llenar aquellos blancos de la historia con hipótesis y conjeturas de su propia cosecha. Llamemos a este procedimiento ‘el dato escondido’ y digamos rápidamente que, aunque Hemingway le dio un uso personal y múltiple (algunas veces, magistral), estuvo lejos de inventarlo, pues es una técnica vieja como la novela y que aparece en todas las historias clásicas.[4] Esa historia escondida se puede apreciar de manera muy especial en relatos como Los asesinos, Che, ti dice la patria!, Mientras los demás duermen, Una comida en Spezia, pero sobre todo en el relato con el cual quiero contrastar el de Borges: La corta y feliz vida de Francis Macomber.
La narrativa de Hemingway fue influenciada por la realidad socio – política que vivió el escritor y sus obras no soslayaron ese carácter. Escritos como Adiós a las armas, Por quien doblan las campanas y tal vez el clásico El viejo y el mar retratan los episodios de guerra que vivió el mundo y de los que el mismo Hemingway fue partícipe desempeñando su faceta de periodista. A Hemingway le interesaba mostrar una realidad específica y que siempre lo acompañó a lo largo de su vida; a Borges, en cambio, le interesó escudriñar otros niveles de la realidad, trasegar por la metafísica, por la hiper-realidad del ser, por los conflictos ultra sensoriales del individuo; su prosa no pretendía retratar la realidad que se ve en los periódicos, que vive la gente las 24 horas de manera empírica, Borges le da espacio a otros planos existenciales evocando a la filosofía occidental; a Hemingway lo afectaban conflictos como el suicidio (perpetuado también por su padre), el alcohol, la guerra, los toros, etc., es decir, temas que vive el hombre en un plan más específico, más tangible, planos que son aprehensibles por el hombre en su diario vivir.
La corta y feliz vida de Francis Macomber es un relato en el que confluyen otro tipo de realidades: la de la infidelidad en la mujer y el fracaso del hombre a nivel sentimental frente a otro hombre nacido con el don de conseguir lo que quiere de manera unánime. Esa sería en su medida la segunda historia, la historia principal es sin duda, la de una pareja que se va de safari por el África con el ánimo de resarcir ciertos problemas conyugales en los que el hombre se ha dejado ver como alguien a quien siempre le ha faltado virilidad y esta vez va a demostrarle a su esposa cuan valiente es por medio de la cacería de leones.
Veamos entonces, cómo se mimetizan las dos historias en La corta y feliz vida de Francis Macomber y las tres en El Sur.
En el sur se da inicio al relato de la siguiente manera: El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció. Aquí podemos apreciar ya que el cuento va a tratar sobre la vida o parte de la vida del señor Dahlmann y que algo le aconteció, ese algo nos indica d que tiene que ver directamente con su muerte.
Por su parte La corta y feliz vida de Francis Macomber da inicio de la siguiente manera: Era la hora del almuerzo y todos estaban sentados bajo el toldo verde a la entrada de la tienda que usaban como comedor, intentando aparentar que nada había ocurrido (…) El sirviente había empezado ya a preparar las bebidas y sacaba las botellas de unas frescas bolsas de lona, que rezumaban de humedad, expuestas al viento que soplaba a través de los árboles que daban sombra a las tiendas.[5] Vemos aquí la enunciación del problema, los personajes en cuestión, la pareja estaba aparentando que nada había ocurrido, ahí se empieza a mostrar la construcción de la segunda historia que nunca se dice manera explícita y así se va entretejiendo con la historia “principal” que refiere a la de una pareja en safari por el continente africano.
Retornando a El Sur, veamos cómo se desarrolla la segunda historia (la primera como se sabe refiere a hacer una lectura cronológica al cuento asumiendo que los acontecimientos pasan de una manera lineal). La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pasadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días pasaron, como ocho siglos. Aquí se aprecia el motivo por el cual el protagonista es internado en el hospital y ser tratado con urgencia, es allí, en el hospital, donde empiezan los sueños de Dahlmann, lo que sería la interpretación de la segunda historia: el protagonista, que llega a internarse en el hospital por X motivo, se imagina todo este rollo de una muerte seudo divinizada y heroica. Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran (…) Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado. Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura. Así termina el relato y se podría interpretar que Dahlmann quiere soñar una muerte en donde él es el héroe y el personaje principal de esa fábula en la que se ha metido. No sabe manejar el cuchillo pero da la batalla y se enfrenta a su oponente con estoicismo y gallardía casi atrevida, al final muere como los verdaderos hombres que no le huyen a su destino, que no le huyen a la muerte, por el contrario la buscan y la provocan cada que se les antoje.
En La corta y feliz vida de Francis Macomber la construcción de la segunda historia se va dando con la descripción física de Wilson, el contrincante no declarado de Francis, se da a entender que éste es un hombre con las cualidades necesarias para que Margaret (la esposa de Francis) se vea bastante interesada en él. Esto aparece en la obra como algo irrelevante desde luego, porque se le da prioridad es a las peripecias de la cacería. (…) Sabía que a uno de ellos, a Wilson, el cazador blanco, realmente no lo había visto nunca. Era un hombre de estatura mediana, cabellos rubios, bigote corto y rostro colorado. Alrededor de sus fríos ojos azules, unas finas arrugas blancas se acanalaban graciosamente cuando sonreía, cosa que hacía en ese instante. Ella, deslizó la mirada y empezó a observar cómo caían sus hombros bajo la ancha camisa, con cuatro grandes cartuchos sostenidos por una presilla en el lugar donde debería estar el bolsillo izquierdo. Luego bajó la vista hasta las grandes manos morenas, los raídos pantalones y las botas muy sucias y, de allí, la volvió nuevamente al rostro. Observó que el tono rojizo de su cara acababa en una línea marcada por el círculo dejado por el sombrero Stetson, que en aquel momento estaba colgado de una de las perchas de la tienda. Se aprecia aquí algunos visos de interés por parte de Margarita hacia el cazador profesional Wilson, la trama se sigue desarrollando de esa manera y Francis no se da por enterado sino hasta el final cuando estalla la crisis entre la pareja desencadenada por el deseo impetuoso de Margaret por dejar a Francis e irse con Wilson, su héroe.
En El Sur de Borges, la tercera historia podría ser interpretada cuando se narra el episodio de la lectura de Las mil y una noches, indicando que la muerte no puede ser aplazada La tercera lectura posible a este relato tiene que ver con la historia de las mil y una noches. Mientras que Scheresada le inventa una historia de mil y una noches a su “verdugo” para evitar su muerte y quien sabe cuántas más, Borges, acude a esta estrategia en su cuento para dar a entender que si hubiera seguido leyendo su libro, hubiera postergado más su propia muerte, la cual era ineludible en el momento en que estaba preparada. A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija; cuando los coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de Las Mil y Una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.
En La corta y feliz vida de Francis Macomber las tensiones aumentan cuando el cazador demuestra para sí su gusto por Margaret: Bien entrada la tarde, Wilson y Macomber se fueron en el coche con el conductor nativo y dos portadores de fusiles. La señora Macomber se quedó en el campamento. Hacía demasiado calor para salir, había dicho, pero pensaba ir con ellos en la mañana siguiente.
Mientras se alejaban, Wilson la vio bajo un árbol enorme, atractiva, más que guapa, con su vestido caqui y sus oscuros cabellos echados hacia atrás y recogidos en un moño bajo. “Tiene la cara tan fresca como si estuviera en Inglaterra”, pensó. La joven se despedía agitando la mano mientras el coche se alejaba por el terreno pantanoso cubierto de altos pastos, zigzagueando por entre los árboles en dirección a las pequeñas colinas pobladas de arbustos…Tanto la voz del narrador como la del propio Wilson manifiestan el gusto que el segundo empezaba a sentir por Margaret.
Y así se va desarrollando la trama bifurcada en esas dos historias en cuyo final se muestra la muerte de Francis y el narrador deja ver por qué el cuento se llamaba así, y por qué Macomber a sabiendas de que su mujer no lo quería ya y ahora estaba prendada de Robert Wilson no muere infeliz como se insinúa durante el relato, por el contrario muere feliz porque al fin pudo asestarle un par de disparos a un león sin temerle, se enfrentó a la bestia después de vencer sus temores internos y esto lo consigue irónicamente con la ayuda de su rival Wilson quien hacia el final empieza a tomarle cierto aprecio. Entonces se descubre que Macomber (quien en todo el relato ha sido dibujado como un cornudo cobarde) siempre ha sido consiente de su problema con su mujer, trató de solucionarlo con ese viaje pero al ver que era inútil lograr que Margaret lo quisiera de verdad, hace caso omiso de esa situación y se entrega a lo que verdaderamente quería: ir de cacería y enfrentar al rey de la selva sin ningún tipo de temor, en dicho ejercicio pierde la vida por un disparo venido del arma que poseía en esos instantes Margaret y muere feliz, cosa que nunca Margaret va a llegar a conseguir. Con esto parece haber justicia, porque Wilson se desinteresa totalmente de esa mujer cuando ve que es capaz de hacer ese tipo de cosas y más con un hombre que le estaba empezando a caer bien porque se dio cuenta de que Macomber no era el pusilánime cornudo que creía haber conocido.
El hecho, o mejor, la tensión definitiva de enfrentar y cazar al león, podría tomarse como un símbolo especial, ese es el aditamento exclusivo que conforma la segunda historia, lo que en el cuento de Borges sería el enfrentamiento con el lugareño en aquella tienda; es el símbolo en quebrantar los temores, superar el ensimismamiento y “tomar el toro por los cachos”: en Borges: tomar el cuchillo que no sabe ni manejar y pelear como un verdadero gaucho a un oponente diestro en la pelea; en Hemingway: tomar una carabina, perseguir al león y asestarle un par de disparos efectivos, el denominador común: la muerte para ambos protagonistas, una muerte como recompensa más no como castigo, es la muerte brindada como costo a su osadía, es el premio que espera a todo héroe que vive su pequeña ficción.
Vemos entonces, un par de relatos en los que la tesis de Piglia se cumple a cabalidad gracias al carácter narrativo que le dan estos dos escritores representantes del cuento americano. Cada uno de esos relatos está escrito en tercera persona, con esa voz omnisciente que todo lo sabe pero que le concede a los personajes principales la voz propia que le habla al mismo narrador para que éste ilustre al lector y se complete el ciclo de escritor – narrador – lector. En el relato de Hemingway si bien se podría estar hablando tal vez de una novela corta o nouvelle por su extensión en páginas, no cabe duda que el texto cumple con las características esenciales de un cuento; en el de Borges apreciamos un cuento corto, lleno de detalles metafísicos a los que el argentino acostumbró a sus lectores, con posibilidad a hacer varias lecturas diferentes del mismo y en cada una de ellas encontrar un cuento con significado propio y con un sentido artificioso perfecto y sugestivo.
Los dos relatos enriquecen no solo la obra narrativa de los dos escritores a nivel personal sino que nutren la narrativa universal porque son dos manifestaciones, dos fotografías semiampliadas de una de las tantas realidades que puede llegar a tener el individuo como habitante de este plano existencial.



[1] http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/tecni/tesis.htm
[2] Recomendación: leer el libro “Verdad y Método” de Gaddamr.
[3] http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/sur.htm
[4] http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/vargas1.htm
[5] Los ejemplos de la obra de Hemingway son extraídos de la compilación hecha por el grupo editorial Tomo, 2003; los de El Sur, todos son de la versión colgada en: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/sur.htm